Las muchas aguas no podrán apagar el amor,
ni lo ahogarán los ríos. Cantares 8:7
Si conoces el vuelo de los cisnes invernales,
ya sabes
que el viaje ciego del instinto,
aunque hermoso,
no tiene alma, ni verdadero destino.
Es únicamente el retorno
al círculo constante de lo escrito.
Si has gustado el tesoro tibio del cariño,
hasta que los ojos se rayan de ternura
y el tiempo se te antoja inexistente…
ya sabes
que en el lapso de un suspiro
se abre la puerta del Cronos,
y el tiempo vuelve, y vuelve.
Si tienes en el ecuador de tu muñeca
la huella de deberes y grilletes
que atan, pero no unen,
que obligan, pero no sienten…
ya sabes
que las imposiciones,
incluso las más sublimes,
son las pesadas alas de la muerte.
Pero si en tus ojos hay un rescoldo de luz,
y en tu corazón late aún una brizna de simiente,
es que has conocido más allá de ti.
Has recibido lo que nunca fue creado.
¡Dios te ha tocado!
y en tu mirada
hay un vuelo de cisnes,
una lágrima robada al discurrir del tiempo,
y la libertad de los amaneceres.
Has conocido a Jesús,
y el que ha conocido a Jesús, ama siempre.
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